Porque no ponemos todo de cabeza de una vez y por todas.
Las mujeres nos seducen con sus cabellos largos,
de vez en cuando con algún vestido corto,
con caricias que son como un letrero
que nos indica por dónde está la entrada
y cuando decidimos tomar el sendero
y cogemos sus venturosos sus caminos,
entonces hacemos caso a sus seductores labios,
a sus ojos pintados
y a sus palabras
ue esconden detrás de sus miradas.
Nos encontramos en un laberinto con minotauro incluido
y entonces encontramos letreros
que nos dicen que sigamos adelante:
por el sendero blanco,
y entonces encontramos uno nuevo
y observamos otro letrero
que nos dice que andemos el negro,
y más adelante encontramos uno naranja,
con letrero indicador para encontrar el camino azul,
y entonces nos encontramos en una playa de aguas turbias
y fuertes oleajes.
Entonces volteamos a los ojos color ámbar,
delineados, con pestañas enchinadas
y una que otra sombra sobre párpado.
Y entonces vemos la indicación hacia otro camino
y cuándo estamos dispuestos a tomarlo
y a volver sobre nuestros pasos,
la lengua traicionera
nos indica que nos aventuremos en el peligroso oleaje
y entonces nos tumbamos confundidos
y miramos otra vez hacia los ojos
y sólo vemos signos interrogantes
y después de estar un rato acostados,
vemos un pequeño destello
y entonces sabemos cuál es el camino.
Sería grandioso que nosotros nos postráramos,
fuesen nuestros ojos los que abrieran el laberinto del corazón,
entonces, fueran ellas las que confundidas,
anduviesen descalzas
por los senderos del laberinto.
Entonces cuando encontrasen al minotauro,
fuesen nuestros ojos los que dijeran verdad,
nuestra lengua la que pruebe su corazón
y entonces ellas siguieran tendidas
un rato en el césped,
hasta que descubriesen,
que desde que entraron,
conocen el camino correcto.